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Un último adiós en Las Tejerías | vía: Efecto Cocuyo

Albany Andara Meza | Venezuela | 11 octubre de 2022

Es mediodía y el sol parece derretir el camino de asfalto que lleva al cementerio municipal de Las Tejerías. Setenta personas esperan alrededor de una camioneta estacionada a pocos metros de la entrada del camposanto. La mayoría luce aturdida y somnolienta, con las pestañas llenas de polvo y el sudor corriendo por la barbilla. Adultos y adolescentes se aferran los unos a otros, mientras contemplan el vehículo en silencio.

Es 11 de octubre, tercer día después del deslave.

Funcionarios de la policía abren la puerta trasera del vehículo y todos aguantan la respiración. Alguien solloza largo y tendido, otro menciona a Dios en un grito seco, algunos apartan la mirada o cierran los ojos mientras un grupo de hombres de diferentes edades saca un ataúd blanco del carro. No mide más de 80 centímetros y adentro va Evangelin Paulismar Rosas Ávila, la nieta de tres meses de la profesora Magaly Colmenares. 

Le sigue otro féretro del mismo color, pero esta vez de poco más de un metro. Pertenece al otro nieto de Magaly, Ángel Jeremías Semprum, que solo llegó a contar siete años. La multitud niega con la cabeza. Otros ataúdes llegan en camionetas de traslado. Los que aguardan por ellos son familias desechas, partidas en dos por uno de los mayores desastres naturales ocurridos en la historia contemporánea de Venezuela. 

Los difuntos son varias de las víctimas del desbordamiento de cinco quebradas, ocurrido el sábado 8 de octubre tras una tormenta. Fue el deslave que arrasó con la mitad del pueblo de Las Tejerías, el más precario de Aragua, al centro norte del país, y que dejó un rastro de escombros, lodo y cadáveres. El gobierno de Nicolás Maduro insiste en que hay 43 fallecidos, pero los pobladores fruncen el ceño con escepticismo a las «cifras oficiales».

«Aquí hay más de 200 muertos. Todos lo sabemos, pero ellos no quieren decirlo», apunta Jesús Hernández. Otras 25 personas lo secundan. 

Los entierros ocurren rápido, sin misa ni un cura, a pesar de que Las Tejerías es profundamente católica, advierten sus habitantes. El párroco se mantiene ocupado en la iglesia Nuestra Señora del Carmen, un armatoste amarillo construido en el centro del pueblo donde se amontonan bolsas de alimentos y ropa para los afectados y se arremolinan mujeres en busca de pañales para sus bebés.

Autoridades, miembros de Protección Civil y la policía apremian a los familiares a dejar los cajones en las fosas dispuestas en el cementerio: los cadáveres se descomponen rápido, tras haber pasado horas atrapados en el barro, aseguran. El aire huele a tierra húmeda y óxido. 

«No dio tiempo de nada. Nos entregaron los ataúdes cerrados totalmente. Lo que hicimos fue llevarlos directo a la fosa e implorarle a Dios que los recibiera», dijo Colmenares a Efecto Cocuyo este 11 de octubre. 

Medio segundo 

A Evangelin y Ángel los entierran con reticencia, como si nadie pudiera creer que los pequeños ya no estarán más. La culpa pesa sobre los hombros de sus padres, Pablo José Rosas y Milagros Ávila, aunque todos les susurran que ellos no tienen responsabilidad sobre la muerte de sus hijos.

Milagros piensa que sí: recuerda con dolorosa claridad el agua entrando en su hogar, recorriendo el caserío de Castor Nieve del Río de Tejerías y arrebatándole a Evangelin en medio segundo. Rememora a Ángel chapoteando y extendiendo las manos en su dirección antes de que el lodo lo engullera. Vuelve a sentir entonces el liquido inundando sus pulmones y los golpes violentos contra el suelo.

No olvida cuando el agua cedió y ella pudo respirar a bocanadas, tampoco la desesperanza que se le instaló en el centro del pecho al verse los brazos vacíos. 

Ambos niños desaparecieron en la oscuridad de la noche del 8 de octubre y fueron encontrados dos días después por funcionarios de Protección Civil.

«A Milagros la llevamos al hospital. Ella estaba de reposo, porque tenía poco tiempo de haber dado a luz. Está muy afectada y llena de cortadas», contó Magaly. Pablo llora cuando piensa en que las quebradas desbordadas lo arrastraron varios metros también. Sus vecinos recuerdan lo mucho que presumía a la bebé hace semanas. Una belleza, decía, convencido y lleno de orgullo paternal. 

Ni siquiera hay funeral para los hermanos. Los bajan a sus fosas correspondientes, en lo alto del cementerio municipal, rodeados de arbustos y árboles de diminutas flores rojas que sobrevivieron al vendaval. El lugar está repleto de tumbas maltrechas a las que se accede por una escalera despintada. Una oración suena casi como un arrullo. Es una voz cortada que recita un rezo improvisado.

Los costos del entierro no corren por cuenta de Magaly, Pablo o Milagros, sino por la presidencia de Venezuela, cuentan. Ellos perdieron todo. Los sepelios continuan, sin velatorios. Casi nadie tiene dinero para un funeral y eso no lo cubre el Estado. Es la una de la tarde del 11 de octubre. 

En medio del dolor

Katherine Medina era una joven hermosa y optimista. Tenía ojos brillantes y el pelo negro. Sus familiares la lloran fuerte, recuerdan que siempre estaba alegre y que apenas había cumplido 23 años. El agua se la llevó en un abrir y cerrar de ojos, cuentan. En medio del dolor, del sonido lejano de los picos y las palas de los rescatistas que intentan encontrar cuerpos tapiados, algunos también describen lo que hicieron para sobrevivir. 

Todos empiezan con la misma frase: «No sé cómo» y luego rebuscan entre la memoria los detalles más vividos, esos que el miedo deja plasmados por mucho tiempo. Son capaces de narrar la forma en la que el agua barrió con todo a kilómetros en la redonda, la marca de los carros que pasaban flotando y el sonido de las voces pidiendo auxilio.

Linda Rocó Landaeta, de 27 años, rompió el techo de zinc de su casa para poder salir. El agua le llegó al cuello y no se explica cómo sobrevivió junto con sus dos hijos, Linda y Jesús Hernández, de ocho y cinco años de edad. Tras haber salido del agua, la piel de los niños comenzó a agrietarse. El chiquillo tiene una roncha en la punta de la nariz y a la niña se le han extendido varias en las piernas, lo que asusta a su madre. 

«Quedamos totalmente damnificados. Esto es muy fuerte. Mi abuela fue una de las fundadoras de este pueblo, África Ruiz, y nunca habíamos visto nada así», expresó Rocó. Acude a darle una última despedida a Katherine, que era su prima. Amigos la acompañan bajo el sol. 

Las Tejerías es un pueblo de calles que se entrecruzan, donde hay mínimo cuatro escuelas y la gente se conoce desde siempre. Por eso lloran a sus muertos con igual desconsuelo, aunque no tengan la misma sangre. Se aprietan los hombros y alejan a los niños con cuidado, para que no entren al cementerio. Rezan, lo hacen con vehemencia, pero en murmullos. Juntan las manos y las aprietan frente al rostro, en una plegaria muda. 

Este martes llegaron diez ataúdes al camposanto municipal. Los funcionarios policiales que vigilan el proceso se secan los ojos llorosos, pero recuperan la compostura cuando se sienten observados. 

«Que desgracia», musitan. 

El día de mañana

El padre José David Ortega, de la parroquia Nuestra Señora del Carmen, informó a Efecto Cocuyo que los fallecidos de Las Tejerías son trasladados en su mayoría a la morgue de Caña de Azúcar, en Maracay, la capital de Aragua. 

«Primero llegan al ambulatorio y luego el Cicpc se los lleva. Anoche enterraron a 11 personas, entre ellas a dos niños», dijo el párroco.

Expresó que los trámites tardan mucho y exhortó a las autoridades a acelerar el proceso, para no alargar el sufrimiento de las familias.

Hasta la 1:00 p.m. funcionarios de los bomberos, militares, Protección Civil y voluntarios trabajan para encontrar a otras víctimas que pudieron quedar enterradas en Las Tejerías, sobre todo en los sectores de El Matadero y Castor Nieve del Río. 

«Son muchas personas que están a la espera. Viene gente aquí y me dice: «Padre, todavía no consigo a mi esposo» o «Todavía no consigo a mi hijo». Cosas que uno quiere consolar diciendo que confíe en Dios, pero me dicen que lo que quieren es sacarlos y enterrarlos. Saber que los consiguieron», puntualizó el sacerdote.