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Consejo de Redacción: La vejez no soñada de un migrante

Organiza: Consejo de Redacción ; Apoya: Konrad Adenauer Stiftung | Autor: Juan Andrés Rosero Muñoz | Fotografía: Jairo paz Cabrebra | 5 de abril de 2021

Migrar es una decisión que requiere valor, el valor de sortear lo desconocido. Hacerlo después de los sesenta años, debido al desabastecimiento de alimentos de la canasta básica, a que no se cuenta con los tratamientos de salud y menos con medicinas, y por reencontrarse con los seres queridos que partieron por la crisis económica, pone al descubierto la realidad de las personas mayores venezolanas.

A sus 62 años, Zaida Soto Paz se describe como una persona tranquila, pero a la hora de tomar impulso y emprender una nueva vida lejos de Venezuela, prefiere mirar hacia adelante porque “’pa’ tras, ni pa’ coger impulso”, afirma.

 Desde hace dos años se radicó en la ciudad fronteriza de Ipiales (Nariño), donde el puente internacional de Rumichaca, situado sobre el río Guáitara, separa a Colombia de Ecuador y se encuentra a unos 16 o 18 grados de temperatura, en contraste con su natal Maracaibo, capital del estado de Zulia, reconocido por su economía de gas y petróleo, donde el calor anima y reúne a las familias bajo un sol de 34 grados, pero con una sensación térmica que hace que parezcan 40, como ella lo recuerda; aunque esto se debe a la humedad que generan los vapores calientes emanados del lago Maracaibo, la cual es del 90 %, según lo explica Daniel Pardo en un artículo para BBC News.  

Zaida no está segura de si volverá, tampoco de cómo están sus viejos amigos o conocidos. Lo único claro es que migró porque Zully Guadalupe Soto Paz, su hija menor, se practicaría una segunda cirugía en la cadera, la cual no fue posible en su país y debía realizarse antes de emprender su viaje a Argentina, lugar que estaba entre sus planes como nueva residencia. Fue Zully, de 33 años, la que llegó primero a Colombia y se instaló en Ipiales, el 7 de marzo de 2018. “No migré por Maduro, lo hice por mi hija”, afirma Zaida, y “porque dos cabezas piensan mejor que una y cuatro manos hacen más que dos”.  

Historias como las de Zaida Soto recogen parte de la realidad de las personas mayores en Venezuela que, producto de la crisis política y socioeconómica, ha derivado en un colapso del sistema de salud, la falta de empleo, el desabastecimiento de alimentos básicos de la canasta familiar y medicamentos, así como de pobreza y violencia contra esta población. 

Según un informe publicado en noviembre de 2019 por las organizaciones HelpAge International y Convite, donde se evaluaban las necesidades de las personas mayores de 50 años en Venezuela, el 77 % manifestó no poder conseguir suficiente comida, esto, entre otras razones, las ha obligado a salir detrás de sus hijos o familiares migrantes en busca de la reunificación familiar y de medicamentos. Luis Francisco Cabezas, director de Convite (organización que trabaja desde hace 15 años con esta población), afirma que también lo hacen por protección, ya que, al quedar solos en sus casas, se exponen a diferentes escenarios de violencia por parte de las personas encargadas de su cuidado o se vuelven objeto de la delincuencia común, situación que se ha encrudecido desde la pandemia por el COVID-19, debido al confinamiento.

Cabezas explica que las personas mayores no generan una fuente de ingresos, no entienden bien la conversión de bolívares a dólares, están al cuidado de sus nietos y algunos permanecen en el abandono. Es por esto que salir del país, pese a no saber lo que pueda pasar con su llegada a nuevos territorios, es la alternativa que más se contempla. Y esto fue lo que hicieron Zaida Soto, Horacio Ardila y Celia Romero, protagonistas de esta radiografía sobre la situación actual de las personas mayores que migran.

Zaida Soto se despidió en Venezuela de Olga, su otra hija, y de Anthony, Estefhany y Derwis, sus tres nietos, e inició el viaje al territorio colombiano pese a la negativa de Zully, quien pese a ser licenciada en educación integral, no tenía trabajo en Ipiales y no quería que su madre viajara desde tan lejos, afrontando las incomodidades y riesgos que exige la travesía. Pero esto no fue un impedimento para Zaida, quien aprovechó que su prima viajaba en camión a Ecuador y se sumó al viaje, el cual compartió con dos personas más y el esposo de su familiar. “Estaba tan ansiosa por ver a mi hija que no sentí el viaje y por fortuna no tuve problemas, porque mi pasaporte había vencido. El esposo de mi prima conocía a los guardias y nos dejaron pasar la frontera”, recuerda.

Para iniciar su nueva vida trajo consigo su tesoro más preciado: su máquina de coser y sus agujas de tejido. Con esto ha subsistido en la ciudad fronteriza del sur de Colombia, un arte que aprendió a los nueve años y que le permitió sacar adelante a tres hijos, dos mujeres y un hombre. Este último fallecido.

Afirma que cuando teje se llena de vitalidad y que sus preocupaciones se tornan leves, no obstante, en Venezuela no podía dedicarse mucho a ello por la dificultad para conseguir los hilos y, cuando los encontraba, no podía adquirirlos por su alto costo.

Pese a ser una mujer que recibe una pensión de 1 200 000 bolívares, el equivalente a menos de un dólar (0.7477 USD) y, en Colombia, a 2600 pesos aproximadamente; la cual le llega por su edad y el trabajo realizado en un hotel, no cuenta con ese dinero en Colombia. Después de un trámite en su país, ella consiguió que esos recursos puedan ser cobrados por Olga para que logre sobrevivir en Venezuela, donde, a veces, solo es suficiente para comprar un kilo de arroz. “No pude cumplirle la promesa a mi nieto de comprarle un chocolate, porque ni para eso me alcanzó”, comenta en medio de humor y nostalgia. 

No duda al decir que extraña su país, sobre todo a su tía Elsa de Jesús Paz de Nava, quien tiene 79 años y ha sido como su segunda madre. A ella le envía hilos de vez en cuando para que teja y se distraiga. Dice que sus primas le cuentan que se pone feliz cuando los recibe, “como guajiro con cotizas nuevas”, afirma. 

Zaida Soto exhibe con orgullo un tapabocas diseñado por ella, que tiene los colores de la bandera de su país y que tejió con las agujas que trajo de su natal Venezuela. Lo usa por encima de uno convencional para proteger su salud en tiempos de pandemia.

No habla sobre sus intenciones de volver, pero sí sobre la fortaleza que le da creer en Dios: “¿A qué voy a volver si no hay qué comer?, ni tampoco medicinas”, las que necesita para controlar su presión arterial y para tratar una posible diabetes. “Aunque uno nunca sabe. Un día me da la ventolera y me voy, no aguanto más el frío”.

Zully logró su cirugía de cadera gracias a la gestión de Médicos del Mundo, una Organización no gubernamental de carácter internacional que proporciona “atención médica de emergencia, oportuna y libre de restricciones legales y administrativas”, la cual hace parte de las organizaciones de cooperación internacional que apoyan a los migrantes en temas de salud en Colombia. Ella junto a su mamá darán inicio a un emprendimiento relacionado con el tejido, que llevará por nombre: ‘La boutique del crochet’, que será financiado por estas organizaciones. Sus ganas de salir adelante y el liderazgo las impulsan.

El siguiente paso de Zaida, antes de llegar a los 63 años, es enseñar a tejer a otros adultos mayores para que se distraigan y superen, aunque sea por un momento, la nostalgia de estar lejos del país que los vio nacer, nostalgias que se narrarán como memorias en un libro que su amiga Evalú Pereira, planea escribir sobre la migración venezolana.

Reunificación familiar, una esperanza 

Zaida y Zully Soto, madre e hija, en el Santuario de Nuestra Señora de las Lajas en Ipiales, la ciudad de las nubes verdes.

En Colombia, una persona es considerada adulto mayor a partir de los 60 años de edad, socialmente activo, con garantías y responsabilidades respecto de sí mismo, su familia y la sociedad. De acuerdo con la Organización de los Estados Americanos (OEA), “la persona mayor tiene derecho a la libertad de circulación, a la libertad para elegir su residencia y a poseer una nacionalidad en igualdad de condiciones con los demás sectores de la población, sin discriminación por razones de edad”.

En el continente americano, Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Chile y Uruguay han firmado la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores, que entró en vigor en 2017, y que, entre otras cosas, busca que en las emergencias humanitarias se dispongan medidas de atención específicas a las necesidades de la persona mayor, entre ellas el reconocimiento de prestaciones, aportes realizados a la seguridad social o derechos de pensión de la persona mayor migrante.

Dicen que la valentía es la cuna del milagro y de eso dan cuenta estas historias, que constituyen un acercamiento a la realidad de las personas mayores migrantes y que representan el 2 % (34 347) del total de esta población que ha pasado por el país.

De estos, 32 731 están entre los 60 y 69 años de edad, 18 516 son mujeres, como en el caso de Zaida Soto, y 14 215 son hombres, como Horacio Ardila. Los mayores de 70 años constituyen un total de 13 619, de los cuales 6120 son hombres y 7499 son mujeres, como Celia Romero. Estas son cifras que entregó Migración Colombia en un informe sobre la distribución de venezolanos en Colombia.

Quienes tomaron la decisión de salir de su país de origen, lo hicieron por diversas razones. Grupos Migratorios Mixtos (GIFMM) encontró que el 70 % de los migrantes llegan a Colombia porque aquí viven sus familiares, el 45 % por trabajo, el 12 % por seguridad, el 5 % por atención en salud y el 28 % está retornando.

De acuerdo con cifras de Migración Colombia, correspondientes a la distribución de la población venezolana en el país, Nariño alberga a 13 930 personas, de estas, 5551 se encuentran en Pasto, 4736 en Ipiales y 1269 en Tumaco, las principales ciudades del departamento.

Según la encuestadora More Consulting, cuatro de cada diez hogares venezolanos tienen un familiar viviendo fuera del país y quienes se quedan en Venezuela son justamente los mayores de 50. De acuerdo con el Centro para el Desarrollo Económico (Equilibrium CenDE), que publicó en octubre del año pasado la segunda encuesta regional a población migrante venezolana, hecha en Colombia, Perú, Chile y Ecuador; una vez establecidos en países como Colombia, los migrantes deciden traer a sus familiares. La encuesta de Equilibrium CenDE también encontró que el 51 % de la población mayor de 60 años ha emigrado con su grupo familiar. Gustav Brauckmeyer, director ejecutivo de la organización, explica que: “En el caso de los adultos mayores vemos que tienden a migrar con sus grupos familiares. Esto ocurre porque la mayoría de ellos no se encuentra en edad laboral y son económicamente dependientes, principalmente de sus hijos o hijas. En este sentido sus familiares optan por traerlos en lugar de dejarlos solos en Venezuela”. Los resultados arrojaron también que las principales razones de los venezolanos para emigrar son el alto costo de vida (64 %), la falta de alimentos (58 %) y la falta de medicina y servicios de salud (51 %).

A esto se suma que la salud mental y física de las personas mayores se ve comprometida cuando son los únicos de la familia que permanecen en el país de origen, lo cual ha llevado a que se quiten la vida debido al aislamiento y desatención de sus necesidades básicas, como lo han registrado Convite y otras organizaciones sociales durante la pandemia por el COVID-19.  “Algunos abuelos no pueden salir de sus casas y hemos encontrado personas mayores que llevan hasta seis meses sin salir, porque los ascensores de los edificios donde viven no funcionan y nunca se volvieron a reparar. Muchos edificios están prácticamente vacíos, por efecto de la migración de sus residentes, edificios de al menos 16 pisos, cuyos escalones se han convertido en un obstáculo para que las personas con problemas de movilidad puedan salir a buscar provisiones o atención”, explica Luis Francisco Cabezas, director de Convite. 

Según el líder de Convite, en las zonas rurales, por la falta de gas, algunas personas mayores han vuelto a cocinar con leña, lo que acelera el deterioro de la salud respiratoria. Según la agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA), la mayor amenaza del humo proviene de las partículas finas, también llamadas material particulado o PM2,5. Estas pueden desencadenar infartos de miocardio, ritmo cardíaco irregular e insuficiencia cardíaca, en especial en personas que ya están en riesgo por estas enfermedadesOtros se ven obligados a buscar suministro de agua potable en camiones porque hay daños en los acueductos. “En el municipio de Chacao, que pertenece al estado Miranda y también al Distrito Metropolitano de Caracas, se ha instalado una pila pública en plena plaza de Bolívar para el abastecimiento de agua”, comenta Cabezas.

“No quiero ser una carga para mis hijos” 

Celia Romero atesora sus recuerdos en Venezuela y comparte esta foto tomada a sus 17 años de edad en la vereda de Matapalos, en el estado de Falcón. Su nieto Edgardo Medina comenta que a su abuela no le gustan mucho las fotos, sin embargo, muestra esta imagen porque “ella está acompañada de su compadre José y sus hermanitos, Enriqueta, Henry y Elbia”.

Celia Romero proviene de Cabimas, una ciudad del estado de Zulia, y a sus 75 años migró porque sus hijos ya tienen Permiso Especial de Permanencia (PEP) y decidieron que no querían estar separados. Ella aceptó la propuesta, se armó de valor y viajó hasta Villa de Leyva (Boyacá), donde llegó el 21 de octubre de 2019, en compañía de la esposa de uno de sus hijos, que ya estaba instalado en el municipio desde el 2017. “No llegué por trocha ya estoy muy vieja”, asegura. Cuenta que su primera estación fue Cúcuta (Norte de Santander) y luego este pueblo boyacense en donde vive con dos de sus hijos, el tercero está en Bogotá, y desde su llegada se ha dedicado a las labores propias del hogar. Su nieto Edgardo Medina afirma que su familia tiene al menos 270 integrantes, pero se han ido diseminando por varios lugares de Colombia, Chile y Venezuela, en búsqueda de mejores oportunidades.

Como la mayoría de adultos mayores y pensionados de ese país, no quería ser una carga para sus hijos y comenzó a buscar empleo. A los 75 años, lo que planeó para pasar sus días en Colombia no terminó como esperaba. “A uno ya no lo contratan por la edad”, dice sin pena. Fue entonces cuando empezó a cuidar de dos niños, mientras los padres trabajaban, pero con la pandemia el ingreso adicional desapareció y, con él, una parte de su independencia, a la que ha estado acostumbrada desde joven, gracias a que trabajó como empleada en servicios generales en la escuela básica El Porvenir, en Cabimas, y por lo que logró una pensión. 

Con cada nuevo periodo del chavismo en el poder, los ingresos alcanzaban para menos; la situación se complicó cuando la pensión comenzó a entregarse por cuotas y los gastos a facturarse en dólares, según lo recuerda. Eso fue a mediados de 2018 y, actualmente, la situación empeora. ¿Qué ocurre? La pensión mensual de una persona mayor en Venezuela, de acuerdo con director de Convite, es de en 1 200 000 bolívares, aproximadamente, que equivale a menos de un dólar (0.6711 USD) y, en Colombia, a 2600 pesos aproximadamente; esto puede variar según el valor diario de la moneda. Pero el costo de vida cada vez más elevado, la hiperinflación del país, las demoras en los pagos y la dolarización no oficial de la economía han ocasionado que sean más las personas mayores que deciden migrar para garantizar su vida y bienestar. 

De acuerdo con Convite, la canasta familiar de sobrevivencia está alrededor de los 60 y 80 dólares (213 000 y 283 000 pesos, respectivamente), lo que ha desencadenado que esta población sea prácticamente “rehén” de los programas de gobierno, como la caja del Comité Local de Abastecimiento y Protección (CLAP), una dotación de alimentos, en su mayoría carbohidratos como pasta, arroz, granos y harina, que “desde hace un buen tiempo dejó de tener proteína de origen animal”, asegura Cabezas, quien también advierte que la mala nutrición tiene un impacto directo en la salud de las personas hipertensas y diabéticas. 

Un estudio realizado en 2020 por Convite, en colaboración con HelpAge Internacional, una red global de organizaciones que promueven el derecho de todas las personas mayores a llevar vidas dignas, saludables y seguras; encontró que el 40 % de los adultos mayores recibe la dotación de alimentos cada dos meses y que su contenido no dura más de 15 días, lo que ha provocado que tres de cada cinco adultos mayores se vayan a dormir con un poco de hambre y, uno de cada diez, completamente con hambre. Esto ha elevado los índices de enfermedades como diabetes e hipertensión, para las cuales hay escasez de medicamentos durante los tratamientos.

Celia dice que su llegada a Colombia le ha permitido controlar sus problemas de presión arterial, a través de la atención privada, ya que aún no cuenta con un seguro médico otorgado por el Estado.  Pero, para el migrante, es complejo cortar los vínculos con el territorio que los acoge desde que nacen, en el cual afianzan sus lazos con familiares y amigos y les permite crecer como ciudadanos. Es por esto que no resulta descabellada la idea de Celia de retornar, algo que hizo Horacio Ardila, que a sus 65 años regresó a Colombia, luego de vivir por más de cinco décadas en su segunda patria, Venezuela.

Contar sus propias historias 

Evalú Pereira, en el puente internacional de Rumichaca, comenta que “si los lugares hablarán, cuantas historias tendrían para contar”.

Evalú Pereira es una mujer de 45 años, segura y muy divertida en sus comentarios, pero eso no resta su sinceridad a la hora de hablar de aquello que la molesta. Es alta y su voz resuena por los lugares en donde está. Es licenciada en administración, con mención en gerencia y mercadeo de la Universidad Alonso de Ojeda en Maracaibo; madre de tres hijos, abuela y líder de la organización Venezuela Migrantes por el Mundo. Si todo sale bien, como espera, pronto será la autora de un libro con el mismo nombre, el cual recoge historias de vida y testimonios de migración de sus compatriotas. 

Se considera modesta, incluso con una especialización en metodología de la investigación. Proviene del estado de Zulia, al igual que Zaida, Zully y Celia. En su relato afirma que los títulos y las pretensiones se quedaron en Venezuela, porque al llegar a Ipiales, en abril de 2016, tuvo que reconocer que probablemente no podría ejercer su profesión. “¿Qué hago?”, se preguntó, lo que además le costó lágrimas, pues debía sobrevivir. 

Optó por dedicarse a la estética, porque en sus recorridos por las calles de Ipiales, alguien le preguntó si arreglaba las cejas y ella recordó que lo había hecho en su juventud, así como cortes de cabello, aplicación de keratina, arreglo de uñas, limpieza facial y otros tratamientos, que por fortuna no se le olvidaron y que le han significado una forma de trabajo de la que está muy orgullosa.

Además, para esta mujer, la vocación de servicio y el liderazgo la caracterizan, por lo que al llegar a Ipiales se presentó en la Pastoral Social, como lo hacen muchos migrantes. Colaboró con la entrega de ayudas y aprendió a asesorar a sus compatriotas en temas de salud, vivienda, trabajo, derechos, permisos de permanencia, entre otros. Pero esto la agotó porque no daba abasto, así que optó por convertirse en lo que ella llama “una cazadora de líderes” y fue en esta labor que conoció a Zaida, la mamá de Zully. 

Zully era líder de Colvenz, según lo recuerda, una de las primeras organizaciones de apoyo a los venezolanos que existían por aquella época en la ciudad fronteriza y, al mismo tiempo, colaboraba con la Pastoral Social. En 2018 conoció a Evalú y desde entonces formaron una entrañable amistad. Tiempo después, Evalú le ofreció trabajar con ella en lo que sería la organización Venezuela Migrantes por el Mundo, a lo que Zully no se negó.

Evalú, Zully y Zaida en el terminal de transportes de Ipiales, uno de los lugares más representativos para los migrantes en su paso hacia Ecuador. Para ellas ese lugar significó el comienzo de su nueva vida. Las tres lucen la chaqueta que identifica a la Organización Venezuela Migrantes por el Mundo, de la cual son lideresas.

Zaida, para ese entonces acompañaba a su hija a repartir sancocho, en lo que Zully denominaba ‘La Olla Solidaria’, una iniciativa personal para apoyar a la población migrante que no tenía qué comer y que fue posible gracias a su gestión, y la solidaridad de vendedores del mercado local de la ciudad. “Lloraba con los caminantes, había escenas que me arrugaron el corazón”, recuerda, pero no dejaba de darles ánimo en su travesía.

Con el liderazgo de Zaida y su ejemplo para otros migrantes mayores, Evalú le dio respuesta a un reclamo que le hizo una conocida, que con humor “zuliano” le dijo un día: “Evalú, ¿cuándo van a hacer algo para los viejos? ¡Me va a dar un tabardillo!”, expresión que se usa para hacer referencia a la insolación y que, según Edgardo Medina, nieto de Celia Romero, le hace recordar a su abuela. Desde entonces gestiona, junto con las organizaciones de cooperación internacional y algunos esfuerzos de entes locales, programas especiales y diferenciados de atención para las personas mayores.

Durante la pandemia su labor no ha sido fácil, es por esto que estas mujeres preparan estrategias de apoyo para realizar actividades en casa, por ejemplo, la entrega de juegos y herramientas lúdicas para toda la familia, esto hasta que puedan volver a reunirse para jugar dominó y tomar los cursos en costura y tejido que va a dictar Zaida, quien exhibe con orgullo en un tapabocas reversible y un bolso el que ella misma tejió con las agujas que trajo de Venezuela.

Salud y seguridad alimentaria por fuera del equipaje

A Evalú le preguntaron en alguna ocasión sobre lo que más extrañaría de Colombia si tuviera que regresar a Venezuela y ella respondió: “volver a dejar mi país. Colombia me ha dado muchas oportunidades, aquí volví a construir mi vida y están todas las personas que quiero”.

Enfermedades cardiovasculares, diabetes, hipertensión, anemia, pérdida de peso y déficit en vitaminas (hierro y calcio) son algunas de las comorbilidades que se presentan en esta población, según lo explica Marianela Herrera, directora del Observatorio venezolano para la salud y profesora del Centro de Estudios del Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela (CENDES). La experta advierte que es “urgente y necesario” visibilizar a esta población, porque “están relegados y por fuera de una serie de intervenciones a las que tienen derecho, especialmente por ser individuos que han trabajado y contribuido con el desarrollo de un país”. 

Marianela Herrera, también integrante del consejo directivo de la Fundación Bengoa para la Alimentación y Nutrición, añade que la situación de esta población se desborda al evidenciar que, además, algunas personas mayores tienen sus nietos al cuidado, ya que los padres se han ido de Venezuela en busca de empleo y el dinero enviado en las remesas no siempre alcanza para mantener el hogar, y menos para alimentarse. Es por esto que algunos abuelos dejan de comer por dar comida a los menores. 

Lo anterior ha generado que la seguridad alimentaria se haya convertido en una de las principales causas de la migración y así lo ha corroborado HelpAge International, a través de un estudio hecho en 2020 en el departamento de La Guajira. Según Marcela Bustamante, representante regional de esta organización, el 76 % de los evaluados manifestaron, incluso, que, al llegar al territorio colombiano, el alimento no está garantizado por la falta de dinero. “No han recibido ayuda humanitaria, porque generalmente no están en el radar de las agencias internacionales y porque existe la presunción de que las ayudas que se destinan al grupo familiar cubren las necesidades de las personas mayores”, comenta Bustamante.

Respecto a las patologías derivadas por la malnutrición, Equilibrium CenDe conoció a través de una encuesta regional, aplicada entre octubre y noviembre del año pasado, que el 51 % de los migrantes salió de Venezuela por la falta de medicamentos y atención en salud. 

Luis Francisco Cabezas de la organización Convite explica que medicamentos como el Losartán, esencial para controlar la hipertensión, cuesta alrededor de un millón 600 000 bolívares (3170 pesos colombianos 0.90 dólares), 400 000 bolívares por encima del ingreso de la pensión, afirma, lo cual ha obligado a muchas personas mayores a decidir entre controlar su presión y su alimentación. Cabe recordar que este padecimiento desencadena otras complicaciones, como el deterioro progresivo e irreversible de los riñones, accidentes cerebro vasculares, pérdida del conocimiento o de la visión. 

Cabezas alerta sobre el uso de remedios caseros para tratar dichas enfermedades, lo cual es una grave y sistemática violación de su derecho a la vida y la salud. Sumado a esto, como explica Herrera, “se compromete el legado, la identidad y el desarrollo del pueblo venezolano”. Además, Bustamante agrega que aumenta el índice de discapacidad visual, física y auditiva, como lo reveló el estudio aplicado en La Guajira, en el que el 55 % de los encuestados aseguró presentar este tipo de afecciones. 

Por otra parte, la inseguridad es otra de las causas de la migración derivada de la crisis social de Venezuela. Esto hace vulnerable a esta población frente a la delincuencia, como se conoció en el estudio adelantado por Convite en el primer semestre de 2020, en el que se encontró que 185 personas mayores habían fallecido producto de las agresiones de la delincuencia. Igualmente, se señaló que persiste la violencia al interior del hogar, como resultado del confinamiento derivado de la crisis del COVID-19. 

La inseguridad también se ha manifestado en estafas a esta población en el cambio de divisas y remesas, que se realiza de acuerdo a la tasa representativa del dólar que varía a diario, y cuyo proceso de conversión aún no es entendido y manejado con claridad por las personas mayores. 

Cuando la única opción es volver

“La voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta”, afirma Horacio Ardila, un barranquillero que a sus 65 años regresó a Colombia, después de salir cuando apenas era un niño. En 1965, su padre, Horacio Tulio Ardila Alvarado, arquero profesional por aquella época, decidió que Venezuela era un lugar para progresar, porque, aunque era un buen jugador, ni sumando las ofertas laborales de los clubes nacionales, ganaría lo suficiente para sacar a su familia adelante. Y es que, en aquella época, los jugadores no tenían los salarios y menos las garantías que tienen ahora. Para ese entonces, el fútbol en Colombia estaba aún por convertirse en lo que conocemos actualmente.

El padre de Horacio migró durante el gobierno de Raúl Leoni Otero, opositor de la dictadura de Juan Vicente Gómez, y quien es recordado por la exitosa reconstrucción económica del vecino país. Se estableció en el estado de Aragua, exactamente en Maracay, donde encontró trabajo en Telares del Táchira y pudo seguir jugando fútbol con el equipo de la empresa. Le costó unos meses establecerse, luego llevó a su esposa e hijos, entre ellos a Horacio, quien tenía nueve años.

La familia abrió un taller de ebanistería, el cual recuerda con emoción, porque en ese lugar aprendió su arte, su profesión y desde ese entonces se ha formado en otros oficios, como plomero, electricista y maestro de obra. Este último le dio su jubilación en la empresa Petróleos de Venezuela (PDVSA).

Recuerda con mucha gratitud a Venezuela. Allí también se formó como pastor evangélico, lo que ejerció durante 17 años. “Me fue bien”, dice, pero las cosas cambiaron y cada día se hizo más complicado permanecer en el país, más aún, luego de las amenazas que recibió, tras demandar al Estado por incumplimiento en el pago de la remodelación de una escuela militar. Pese a que ganó la demanda para que le pagaran el dinero de las adecuaciones realizadas, nunca lo recibió y, como dice, “nunca cancelarán”. Confía en el poder divino para encontrar la respuesta en este nuevo comienzo: “nos tocó duro, pero gracias a Dios, acá estamos con ganas de volver”.

Horacio viajó hasta Ipiales para encontrarse con su hija Patricia y su yerno Moisés. Llegó el 31 de diciembre del año pasado a las tres de la tarde. Tiene muy presente esa fecha, porque significó un alivio después de pasar por lo que él considera inimaginable: “Se me murió mi esposa hace cuatro años por una enfermedad pulmonar, a mi papá le diagnosticaron cáncer; falleció un sobrino y, recientemente, mi hermano y mi cuñada producto del COVID-19. Todos seguiditos. ¡Tremendo!”. De ninguno pudo despedirse. 

Recuerda que en su travesía oró por todos. Cuando se encontraba solo, sin fuerzas, sin dinero, porque fue víctima de un robo, y tras haber caminado 28 kilómetros, lo que equivaldría en términos futbolísticos a darle la vuelta a la cancha en 100 oportunidades, encontró en la carretera 21 000 pesos y con ese dinero pudo pagar un tiquete a Ipiales, “la ciudad de las nubes verdes”, como la recuerda por una famosa canción denominada “Son sureño” (D.R.A), interpretada por la Ronda Lírica y la cual es insignia de la identidad nariñense.

En su camino tuvo que enfrentar la discriminación y el rechazo de algunas personas, quienes incluso lo trataron de delincuente, porque se vino caminando. “Al igual que muchos de los venezolanos que ingresan a Colombia”, afirma. Pero él se ha dedicado a hacerles entender que, así como migran personas que cometen delitos, existen otras que lo hacen por necesidad y no buscan causar problemas. “La delincuencia no tiene nacionalidad”, como diría Evalú Pereira.  

¿Qué lo hizo soportar esta travesía? Cuenta que pudo llegar a territorio nacional gracias al estado físico que le dejó su pasado como deportista. Enfatiza que otros adultos mayores necesitan atención especial, porque en el camino se encontró con muchas historias parecidas a la suya, y algunos no tenían las fuerzas ni la habilidad para ejercer su arte: “se encuentran vulnerables para volver a comenzar”, comenta. 

Extraña todo, familia, amigos, costumbres, espacios, sin embargo, dice que “aquí voy con la fortaleza que me da el Señor”. En su calidad de retornado, planea darle la nacionalidad colombiana a su hija, para que pueda conseguir un empleo y mejore sus condiciones. Actualmente trabaja como líder de la Fundación Casa del Migrante y está ahorrando dinero para trasladar los restos de su esposa, Modesta Oropeza de Ardila, que está sepultada en el cementerio de la ciudad de Turmero, distrito de Mariño, estado de Aragua. Dado que, en el lugar donde descansa, construirán un horno crematorio como resultado de la pandemia, Su hija Melkys, que está en Venezuela, adelanta los trámites para que los restos de su madre no pasen a una fosa común.

Zaida, Celia y Horacio le han apostado a seguir caminando y con sus pasos dar ejemplo a las generaciones más jóvenes, demostrarles que la migración no distingue edad, lugar de residencia, creencias, orientación sexual o idioma; también recordarles los valores de los venezolanos, para que prevalezcan en el corazón de sus compatriotas.


Esta investigación fue elaborada con el apoyo de Consejo de Redacción (CdR), la Konrad Adenauer Stiftung (KAS) y el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), como parte del proyecto ‘Pistas para narrar e investigar la migración’. Las opiniones presentadas en este artículo no reflejan la postura de estas organizaciones.