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REPORTAJE | ELECTRICIDAD: Solo 29% de la capacidad eléctrica nacional está operativa

Hum Venezuela, marzo 2021

Fotografía cortesía de PROVEA

Según el experto en energías Nelson Hernández, Venezuela tiene, aproximadamente, una capacidad de producción eléctrica de 36 GW, de la cual solo funciona cerca de 29%. Esta diferencia entre la energía que el país necesita y la que está disponible ha producido en el mes de enero de 2021, de acuerdo al Comité de Afectados por los Apagones, 11.055 fallas eléctricas.

En el último año (2020) no se ha construido nueva infraestructura eléctrica en Venezuela, por lo que la capacidad de producción a través del Sistema Interconectado Nacional ha desmejorado desde 2019. De acuerdo a la información suministrada a HumVenezuela por el ingeniero Nelson Hernández, miembro de la Academia de Ingeniería y Hábitat, se han perdido, entre 2013 y febrero de 2021, 8.730 MW (8,7 GW) de demanda como consecuencia de la crisis económica por la que atraviesa el país y el decaimiento del parque industrial. Y añade que, incluso, habiendo bajado la demanda, continúan los apagones y el racionamiento.

El nudo —para comprender la situación venezolana— es que “se tiene capacidad, pero no está operativa, no trabaja, no produce electricidad. Es como si usted tuviese un equipo (la capacidad) para bombear agua, pero si la bomba no se activa el bombeo (o producción) es cero”. 

Otro criterio para abordar el servicio de la energía eléctrica en Venezuela es que el sistema tiene básicamente dos tipos de capacidades instaladas: la hidroeléctrica, que incluye el Guri y otras, y las termoeléctricas, que son todas las otras plantas instaladas en el país, como Termozulia. Existe también una capacidad instalada de 43 MW de energía eólica, pero está totalmente inoperativa y no se toma en cuenta en este análisis.

Cuando la capacidad operativa es baja, cualquier interrupción en el sistema integrado se convierte en un corte de energía, y esto va desde un tendido eléctrico hasta una turbina. Entonces sobrevienen los racionamientos, que son restricciones planificadas del servicio eléctrico, y los apagones, que son interrupciones inesperadas. A esto se suma que en Venezuela hay 0 GW de reserva operativa y se aplica un racionamiento hasta de 2,4 GW porque el sistema no puede satisfacer toda la demanda.

Para enero de 2020 el sistema eléctrico solo tiene capacidad para cubir una demanda máxima de 10,0 GW, con un racionamiento de 2,4. Estamos hablando de una capacidad perdida de 8.7 GW.

Casi dos tercios de la demanda proviene de los hogares
Lo que llega a los hogares es energía medida en kilovatios horas (Kwh), pero hay un parámetro que mide esa necesidad en GW y se expresa como demanda máxima. Esto se traduce en la mayor capacidad de energía que demanda un sistema eléctrico interconectado, cuyo pico ocurre entre las 7 y 9 de la noche. 

Venezuela es un país altamente electrificado. Tiene la red eléctrica para satisfacer los requerimientos de las poblaciones más alejadas, pero según Nelson Hernández “la crisis económica ha mellado de manera importante la industria y podemos decir que hoy 70 % de la demanda eléctrica corresponde al sector doméstico, y no está siendo enteramente satisfecha”.

A partir de 2013 decayó la capacidad instalada

La operatividad de los sistemas de transmisión y la distribución eléctrica son vitales para que el servicio eléctrico llegue al usuario final, y estos sistemas no funcionan a plenitud por falta de mantenimiento. “Muchas veces se tiene la capacidad, pero no las líneas de transmisión o de distribución necesarias para llevar la energía hasta el usuario final, que se queda sin el servicio”, explica Hernández.

Venezuela alcanzó la capacidad máxima histórica en 2013, con 18.730 MW (18,7 GW). Y, a pesar de esta capacidad instalada, ya había racionamientos. A partir de ese año la inestabilidad política fue impactando la economía y la capacidad máxima hoy es de 10.000 MW (10 GW). Se han perdido 8.730 MW de demanda y aun así existen los apagones y el racionamiento. Expertos indican que, de continuar la situación sobrevenida de la pandemia, la demanda podría bajar incluso a 8.000 MW.

Según Aixa López, presidenta del Comité de Afectados por los Apagones en Venezuela, “un bloque de racionamiento puede incluso extenderse de un tiempo programado de cuatro horas hasta unas 12 horas”.

La falta de electricidad impacta el acceso al agua, a la banca, a los automercados, al combustible, el transporte, el internet, las telecomunicaciones, la salud, la educación, la seguridad y otros servicios, además de afectar la producción. “Ya no puedes estudiar, cocinar, atender la salud; los comercios se ven paralizados porque no tienen el fluido eléctrico; los usuarios industriales y comerciales se han visto muy afectados con estas fallas. Los puntos de venta se caen, los bancos no pueden abrir al público, no hay posibilidades para la recreación… es un colapso total”, dice López, y reflexiona acerca de la imposibilidad de que una persona pueda aspirar a una cirugía programada, mientras las emergencias también se ven afectadas por la falta de electricidad. 

“Todo es un círculo que se cierra cada vez más. La industria está gravemente perjudicada y un caso típico es Guayana, donde las industrias básicas se han paralizado entre otras cosas por las deficiencias eléctricas”. A esta situación López añade las consecuencias del aumento de la factura en medio de una crisis económica y humanitaria, profundizada por la pandemia.

Regiones en apuros

Si no tienen capacidad de generación autóctona de energía, las regiones dependen de la electricidad que pueda venir de otras regiones, y si las líneas de transmisión no están operativas solo quedan el apagón o el racionamiento. Todas las regiones necesitan importar energía para satisfacer la demanda eléctrica, y esa importación proviene, básicamente, de la región de Guayana, donde está ubicado el centro más grande de generación eléctrica de Venezuela, la hidroeléctrica del Guri. 

Esta importación, entonces, está limitada por la capacidad de las líneas de transmisión desde Guayana hacia el resto del país, y en la medida en que la región se aleja geográficamente, la probabilidad de importar energía eléctrica disminuye, porque sobreviene alguna perturbación en la transmisión. 

En el siguiente gráfico puede verse que, lo que el Guri tiene para exportar a las regiones, es menor que lo que éstas demandan.

De acuerdo a la información suministrada por Nelson Hernández la región capital, en febrero de 2020, necesitó casi dos veces más de lo que produjo. 

Centro Occidente, que es la región más alejada de Guayana, contó con una capacidad de generación regional de apenas 6 % aproximadamente, que es unas 17 veces menos de lo que necesita.

Guayana, desde donde se exporta la mayor parte de la energía hacia las regiones para suplir sus déficits, tiene una capacidad operativa de 10.442 MW y una demanda de 10.440 MW, es decir que produce apenas dos puntos por encima de la demanda nacional, incluyendo la propia región de Guayana. Esto da cuenta de la fragilidad de un sistema que apenas puede satisfacer una demanda externa, que es nada menos que 78% de su demanda total. Cuando esta demanda aumenta o la capacidad se cae, no hay manera de satisfacer esta necesidad a menos que se restrinja el servicio, porque el sistema no cuenta con reservas.

En síntesis, Venezuela tiene una enorme infraestructura, pero en más de sus dos tercios está incapacitada para funcionar. A pesar de las migraciones forzosas, el desplome de la producción industrial (que incluye empresas básicas) y del comercio, el sistema eléctrico tiene que acudir al racionamiento y a la canibalización de la energía producida por el Guri para satisfacer a las regiones, cuya infraestructura eléctrica es tan frágil como la vida de las personas que habitan un país con una Emergencia Humanitaria Compleja.

Esto se traduce en la interrupción del servicio de internet en zonas afectadas por apagones, interrupciones en el trabajo, problemas de acceso al agua porque las bombas dejan de funcionar, entre muchos otros inconvenientes que se expresan en la vulneración de derechos humanos, acentuada por la pandemia.

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