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REPORTAJE | Educación truncada: Vuelta a clases en pandemia

El miedo a la pandemia en Venezuela no es baladí. El regreso a clases presenciales plantea unos desafíos que el sistema de educación pública no está en capacidad de cumplir. Sin planteles aptos; sin maestros en cantidad suficiente; sin programas pedagógicos formales; con un programa de alimentación escolar insuficiente; sin haber alcanzado todavía la inmunidad necesaria y sin un programa de nivelación para saldar el rezago que produjo la educación a distancia, la vuelta a clases es poco sostenible a corto plazo.

Foto Daniel Hernández | Infografía María Alejandra Domínguez

HumVenezuela, diciembre 2021.- Después de 22 meses de suspensión de las clases en las escuelas de Venezuela, el regreso a las aulas parece no ser del todo posible. Durante los casi dos años que en Venezuela solo hubo educación a distancia, la improvisación y un sistema educativo caótico fueron el metrónomo de una orquesta destemplada. Hoy, la vuelta a la educación presencial parece otro salto al caos.

Los padres, que en el mejor de los casos deben ocuparse en el trabajo, no pueden suplir a los maestros porque, en principio, no tienen las herramientas pedagógicas para ejercer la función docente. En el peor de los casos, que es la situación más frecuente, estos NNA viven en unas condiciones precarias, en casas donde faltan el alimento, los servicios y los conocimientos. En los sectores de mayor pobreza son frecuentes las madres y los padres que a veces ni siquiera han terminado la educación primaria; existe también un patrón de madres solteras, que deben salir a procurar el sustento del hogar y al mismo tiempo ocuparse de la crianza de los hijos e hijas.

Así como las clases a distancia fueron un mal experimento, la ansiada vuelta a la escuela en la modalidad presencial anunciada por el Ejecutivo, con menos de una semana de antelación, arrastra los mismos vicios. El sistema no proporciona las condiciones necesarias para que (en medio de una emergencia humanitaria compleja y una pandemia por Covid-19 que amenaza con un repunte gracias a la nueva variante omicrón) esta opción sea sostenible.

En un llamado al regreso a clases presenciales, una nota de septiembre de 2021 de UNICEF argumentaba que “los datos más recientes de todo el mundo muestran que las escuelas no están asociadas a un aumento de la transmisión del COVID-19, sino que reflejan el nivel de transmisión en la comunidad”. La vuelta a las aulas, no obstante, es un enorme desafío para una Venezuela que no ha alcanzado la inmunidad de rebaño.

Aunque el 14 de noviembre el Ejecutivo aseguró que 74% de la población estaba vacunada contra la COVID-19, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) informó que Venezuela continúa por debajo del 40% de cobertura de vacunación anti-COVID-19. En el país se han aplicado un poco más de 26 millones de dosis, de las cuales casi 16.5 millones (57,1%) corresponden a primera dosis y casi 10 millones (34,3%) a la segunda dosis. Pese a que el gobierno asegura que más de 70% de los habitantes ha sido inmunizado, la información que proporcionó el Ministerio de Salud a la OPS dejó ver que la diferencia sobrepasa los 30 puntos porcentuales, explicó Transparencia Venezuela en una nota publicada el 8 de diciembre.

La vuelta al colegio, en todo caso, es una decisión compleja. Por un lado urge que los NNA puedan recuperar las clases presenciales porque, de no hacerlo, se enfrentan a considerables rezagos en el aprendizaje y, en el caso de la educación inicial, a deficiencias básicas en la lectura y escritura. Pero por otro lado, las escuelas hoy se encuentran más deterioradas que antes de la pandemia. Algunas incluso han sido desvalijadas por el hampa y en su gran mayoría tienen fallas de electricidad, agua, gas y otros servicios. No son menos graves los problemas de infraestructura en general, es decir, que no hay planteles de calidad ni en cantidad suficiente. A esto se suma la falta de estrategias pedagógicas, de maestros, y un plan de alimentación escolar pobre.

Luisa Pernalete, coordinadora de educación para la paz en Fe y Alegría, piensa que un desafío que plantea la educación hoy en Venezuela es regresar a las clases presenciales, “así sea como” lo ha estado haciendo Fe y Alegría: paulatino, progresivo, escalonado. “No es que hoy va a venir todo el mundo y todos los días vamos a tener a todo el mundo. Así no va a funcionar mientras tengamos pandemia, pero los estudiantes necesitan aprender a socializar y necesitan también la protección de la escuela”.

Si, como advierte el investigador de la Universidad Católica Andrés Bello, Luis Pedro España, la escuela es el espacio de socialización destinado a romper con el ciclo de pobreza, es imprescindible recuperar la educación para superar la Emergencia Humanitaria Compleja que vive Venezuela desde 2016. Eso quiere decir que, mientras las escuelas estén cerradas y el Estado le pase el testigo a las familias que ya están suficientemente golpeadas por la fragilidad económica y la alta vulnerabilidad social de la que son objeto, superar la crisis y el sufrimiento que genera será cada vez más difícil. Solo con la educación se puede lograr la equidad. La cuesta es empinada.

Con los bolsillos vacíos para gastos escolares

El regreso a clases comenzó difícil para los padres. Un reportaje de Tal Cual da cuenta de que en ferias, librerías y tiendas, los precios de los útiles escolares, uniformes y zapatos están expresados en dólares americanos, aunque se puede cancelar en bolívares. En el estado Táchira se venden en pesos colombianos. El portal tomó como referencia la lista de cuarto grado de primaria y los reporteros encontraron que se necesita por lo menos 31 dólares para los útiles, a lo que hay que sumar dos pares de zapatos (escolares y deportivos) de USD 20 cada uno. Un pantalón de USD 12, un conjunto para deportes de USD 6 y aunque sea una sola camisa, que tiene un costo promedio entre USD 8 y USD 10. Todo eso da un total de USD 100. Y a veces los estudiantes miembros de una sola familia se turnan en la escuela porque deben compartir el mismo uniforme, que a veces ni siquiera pueden lavar por falta de agua o de jabón.

El Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF) informó, en septiembre, que, aunque la inflación se desaceleró por segundo mes consecutivo, los precios del rubro de educación reflejaron una aceleración de 66,2 % en la inflación de septiembre, tomando en cuenta que madres, padres y representantes tuvieron que gastar más de 29 dólares para costear los textos de educación básica. El OVF estimó en Bs. 2028,53 (USD 450 aproximado) el costo de la canasta de educación, que incluye tanto útiles escolares como uniformes, publicó Crónica Uno.

De acuerdo a la opinión expresada por los maestros en la encuesta del grupo Educa Miranda en torno a la situación de las escuelas en la región capital, entre los factores que afectan el retorno a clases presenciales se encuentran, en primer lugar, su difícil situación laboral, con 73%; en segundo puesto la falta de vacunación (71%); en tercer puesto las limitaciones para cumplir medidas de bioseguridad (66%); en el cuarto lugar, la ausencia de los docentes (60%); en quinto lugar, las deficiencias de alimentación de los niños (58%); y, en séptimo lugar, las malas condiciones de infraestructura escolar, con 55%.

En relación con el déficit de maestros, 39% de los encuestados reportó que su plantel no tiene todos los educadores que se necesitan, y de ese 39%, un 32% pertenece a planteles públicos, 1% a privados y 6% a instituciones subvencionadas. Entre las especialidades en las que escasean los docentes, se cuentan historia, biología, química y matemáticas, dijo a HumVenezuela Raquel Figueroa, especialista en políticas educativas, dirigente sindical de la Federación Colegio de Profesores de Venezuela y representante de la Unidad Democrática del Sector Educativo (UDSE). “Y la expresión más fuerte de esto es que la Universidad Experimental Libertador, que forma docentes, tuvo que cerrar ciencias de la tierra porque no había nuevos ingresos, y el porcentaje de disminución en la matrícula en educación integral es impresionante. El Pedagógico de Caracas se encuentra con las aulas vacías”.

A la falta de artículos de bioseguridad como alcohol, careta, tapaboca y gel antibacterial, hay que agregar que en las escuelas el servicio de agua es intermitente en el mejor de los casos. El 95% de los planteles públicos del país no ha recibido ningún implemento que tenga que ver con un plan de bioseguridad, lo que los vuelve profundamente vulnerables e incapaces de seguir efectivamente cualquier protocolo para evitar o frenar los casos, expresó Raquel Figueroa. En la guía práctica titulada Regreso seguro a la escuela, la Unesco presentó los estándares para que la educación en la pandemia fuese un servicio ajustado a la condición de derecho humano a la educación. Para Figueroa, en Venezuela no se ha cumplido ninguna de esas consideraciones. “¿Cuál es el programa consecutivo que va a tener el Estado para que se mantenga una desinfección del plantel?, porque eso no es llegar ahorita, desinfectar y después se olvida”.

Nancy Hernández representante de la Federación Nacional de Asociaciones de Padres y Representantes (Fenasopadres), reitera que “la Constitución venezolana establece que la educación básica, desde la inicial hasta el final de la educación media es gratuita y obligatoria, pero eso no es verdad”. Hernández explica, además, que “la gratuidad de la enseñanza implica escuelas bien mantenidas, y mientras menor es el recurso del ciudadano que accede a esa escuela, el plantel debe estar en mejores condiciones para que el niño se sienta estimulado de ir a un sitio agradable, un sitio que le guste, un sitio que además plantee la superación social, porque es una escuela que le brinda todos esos atributos y está bien dotada. Que los NNA tengan uniformes, que tengan zapatos, que tengan libros propios y libros en la biblioteca escolar, que tengan alimentos adecuados establecidos de acuerdo a su edad, su talla y su sexo, como fue establecido hace muchos años por el Instituto Nacional de Nutrición”.

En los países donde hay un Estado que planifica, aun en situaciones de emergencia se puede tomar todas las previsiones de bioseguridad: los planteles tienen mantenimiento, la vuelta a clases se realiza de modo escalonado, el uniforme no es una tragedia, ni los útiles escolares ni el transporte. En Venezuela todo esto falta en un contexto de pobreza estructural. Los tapabocas son inaccesibles para un altísimo número de venezolanos. Según el ensayo académico de los economistas Luis Zambrano Sequín y Santiago Sosa basado en datos de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), Estructura y desigualdad en el consumo de los hogares en Venezuela (2020-2021), 91,3% de los hogares venezolanos es pobre en función de lo que gastan. De esa cifra, los pobres extremos constituyen el 65,7%, mientras que los pobres no extremos o moderados representan 25,6%. Es decir que de cada 100 hogares venezolanos, 91 son pobres.

En medio de una Emergencia Humanitaria Compleja, sin escuelas suficientes y con un alto déficit de docentes académicamente acreditados, sin alcohol, sin tapaboca ni espacio suficiente para mantener la distancia, sin alimentos, sin un sistema de salud que garantice la integridad del alumnado y el personal, la vuelta a clases es un drama.

De acuerdo al ensayo de Zambrano y Sosa, “el profundo deterioro en el nivel de ingresos de la población ha obligado a los grupos familiares a concentrar sus gastos en bienes perecederos y de primera necesidad”. El 96% de los hogares reporta gastos en comida, 84% en aseo personal y 75% en artículos de limpieza. En cambio, el porcentaje de hogares que dicen gastar en el resto de bienes y servicios es muy bajo: solo 14,4% gasta en ropa, 8,22 % en consumo fuera del hogar y 7,94 % de los hogares lo hace en recreación. Un 0,02 % ha invertido en vehículos.

Qué comen los que comen en casa

La primera razón por la que los NNA no van a clase es que no comen. Eso dijo casi setenta y ocho por ciento (78,3%) de los encuestados para el Diagnóstico Educativo de Venezuela (DEV 2021), liderado por la consultora DEVTech Systems, en el que participó la Universidad Católica Andrés Bello, y para el cual se hizo un levantamiento de datos en 400 escuelas del país. Los niños a veces van a la escuela solo si tienen programa de alimentación. La falta de comida en la casa evidencia la vulnerabilidad alimentaria, tanto de los estudiantes (56,9%) como de los profesores (38,4%). Según el estudio, 48,8% de los alumnos dijo comer menos de tres veces al día, mientras cerca de 50% de los docentes reportó haber perdido entre 6 y 15 kilos de peso en los dos últimos años.

Lo que menos comen los estudiantes son proteínas y los profesores consumen menos vegetales, frutas, carbohidratos y proteínas. Ocho de cada 10 profesores dijeron no ingerir la comida necesaria para satisfacer su demanda calórica, y no van a la escuela bien sea porque no han recibido alimentos en sus casas o porque tienen que dedicarse a buscar alimentos. Cuando preguntaron a los representantes sobre las razones de inasistencia de los niños, algunas respuestas fueron reveladoras de su grado de pobreza: preferían que durmieran todo lo que quisieran para que se saltasen una comida.

Cuando Zambrano y Sosa explican en detalle la contracción del gasto en alimentación, se pone en evidencia que esta ha afectado a todos los rubros demandados por los hogares pobres no extremos y a los no pobres. En el caso de los pobres extremos, aunque también ha habido contracción del gasto promedio, hubo incrementos reducidos en el gasto real en bebidas, leguminosas y frutas frescas. La contracción del gasto en los casos de cereales, leche y queso, aceites, vegetales frescos, azúcares y condimentos fue, en promedio, de 30 % y 40 %.

En conclusión, el ensayo apunta que, entre 2020 y 2021, el incremento en la desigualdad en el gasto en alimentos fue de 18,1%, mientras en el gasto general el crecimiento de la desigualdad fue de 81,3%. Frente a este panorama desolador, la brecha de acceso a la alimentación en el país, agudizada por la sombra de la Covid-19, es demasiado grande para que los NNA sigan estudiando sin escuelas que garanticen al menos una de las comidas.

¿Qué pasa con la alimentación en las escuelas?

El Programa de Alimentación Escolar (PAE) ha sido una de las banderas en materia de políticas sociales del gobierno, pero desde el 2015 fue reduciéndose a su mínima expresión, tanto en cantidad como en calidad nutricional, “al punto de que, llegando el 2018, ya existía 87% de planteles donde estaba desapareciendo el desayuno y la entrega de frutas. Solo quedaba el almuerzo”, dice Raquel Figueroa, quien agrega: “Ese almuerzo constaba de arroz con algún líquido que se preparaba con los aportes de los representantes, pero ya no llegaba pollo, ya no llegaba carne —explica Figueroa. En el primer mes de la pandemia el Ministerio de Educación abrió centros piloto para distribuir las comidas. Una decisión que dejó sin atención a casi toda la población escolar. Después cada plantel tenía que hacer su comida, pero la cantidad era deficiente y la calidad era pésima”. De acuerdo a Figueroa, “Nosotros hemos contrastado el discurso con la realidad, y cuando vas con la realidad es una cosa totalmente diferente. Por eso nos han querido cerrar nuestras cuentas de Twiter y han llamado a gente nuestra para ordenar que nos callemos”.

En 2020, Encovi arrojó que alrededor de 2/3 de la población escolarizada habían dicho que en el plantel donde estudiaban, funcionaba el PAE, explica Anitza Freites (jefa del Departamento de Estudios Demográficos del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la UCAB y Coordinadora de la Encovi). Luego, cuando se preguntaba en torno a la frecuencia con la que funcionaba, solamente en 30% de los planteles operaba todos los días y, en 40% de ellos, algunas veces por semana. Indica Freites: “Pero había allí la posibilidad de que muchos estudiantes pobres tuvieran una comida al día, con las deficiencias que sabemos tiene el PAE. Al menos se podía garantizar unas calorías básicas y unos nutrientes, para no irse a la cama sin haber comido. Y para muchos podría ser la mejor comida del día”. Ya en 2020 apenas 14% de NNA escolarizados reportó a Encovi que el PAE siguió funcionando en sus escuelas, pero de ese grupo solamente el 19% funcionó todos los días. “Hay otros planteles que optaron por elaborar la comida, para que la fueran a buscar y se la llevaran para sus casas. Hay un porcentaje que tuvo acceso a los alimentos, pero no funcionaba todos los días y por eso hubo también una pérdida de oportunidad de aprendizaje y de acceso a su alimentación. Y los que viven lejos de su escuela, muy difícilmente pudieron pasar retirar su vianda”, dice Anitza Freites.

Entre 2019 y 2020 —explica Alexis Ramírez, de la organización Excubitus— había 33% de escuelas sin PAE, es decir, 8.133 escuelas no contaban con este programa. Ahora, en 2021, se sumaron 3.491. En 2019 a 14.800 escuelas les llegaba alimentos irregularmente o en cantidad insuficiente, pero les llegaba. “Ahora, en 2021, a 17.000 escuelas les llega solo arroz y lentejas, y harina de maíz. Las escuelas subdotadas son muchas más. Si a esto se agrega que en muchos planteles se está dando alimentación no solamente a los niños sino también a los adultos mayores, la comida se hace más insuficiente”. Adicionalmente, respecto de los recursos de las escuelas para ofrecer el PAE, el DEV 2021 indica que 90% de los planteles no recibe los suministros necesarios de alimentos, pero también faltan las cacerolas, los sartenes y otros utensilios, y las cocinas y comedores se encuentran en un estado deplorable.

Dónde estudian los que estudian

Sea a distancia o dentro del aula, estudiar en Venezuela es un objetivo complicado. Es de esperar que los especialistas, teóricamente, entiendan la necesidad de regresar a las aulas, pero al mismo tiempo coinciden en que las condiciones son demasiado precarias en Venezuela, tanto en cobertura como en acceso, y los riesgos muy altos para la mayoría.

Anitza Freites explica que, para poder obtener información de calidad en torno a educación a distancia, la Encovi 2020-2021 incluyó preguntas acerca de los mecanismos a través de los cuales se desarrollaban las actividades de aprendizaje a distancia. Los resultados arrojaron que menos de 30% llevaba adelante sus actividades en plataformas digitales de aprendizaje mediante la comunicación entre docentes y estudiantes, y el resto, 70%, tenía que ir a la escuela a recibir guías instruccionales. Muchos representantes debían copiar a mano o fotografiar, si tenían teléfonos inteligentes, las instrucciones colocadas a la vista en carteleras, porque no podía pagar los costos de fotocopiado. Así fue la educación a distancia en la pandemia de Covid-19. Pero el regreso a clases presenciales presenta también inmensos obstáculos.

El Diagnóstico Educativo de Venezuela (DEV), desarrollado por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), reveló que tres de cada 10 planteles (31,4 %) tienen al menos cuatro carencias esenciales. Las más comunes, y de carácter agudo, son los servicios de salud (93,7 %), internet (85,7 %), salas de teatro o música (84,9%), laboratorios (79,6 %), electricidad (69,9 %), agua (56,6 %), canchas (46,8 %) y salones (17,6 %).

Uno de los hallazgos más desconcertantes de la investigación fue lo que denominaron los expertos “escuelas fantasmas”: planteles que aparecen en la data del Ministerio del Poder Popular para la Educación, pero de los que solo quedan algunas paredes; el resto de la infraestructura no existe.

No puede sonar extraño entonces que en La Guajira (venezolana), de acuerdo a un trabajo periodístico de Radio Fe y Alegría, que desde hace cuatro años las instituciones educativas en ese municipio fueron desvalijadas. Otras están sin techos y sin pupitres, y devoradas por la maleza. Una representante relató que la Escuela Bellavista II ni siquiera tiene puerta, y arrancaron las cabillas de la estructura para venderlas como chatarra en Maicao, Colombia. Es por eso que esta mujer simplemente no sabe qué hacer con la educación de su hija. Dijo que durante la pandemia le pusieron una tarea y, después de dos meses, no la había podido entregar porque su escuela estaba cerrada.

Los planteles venezolanos, en general, han sido objeto de un abandono continuado y llegar hasta ellos es una odisea. Y hay profesores que en este territorio wayuu caminan hasta 10 kilómetros para llegar a las escuelas, porque no cuentan con dinero para pagar el transporte público: el sueldo que reciben apenas alcanza para comprar harina, arroz o azúcar.

Ninguna de las instituciones encuestadas por el DEV 2021 ofrece servicios de transporte para los docentes y solo 1,4% tiene una ruta para los estudiantes. El grueso de los alumnos se traslada a pie hasta los colegios y la distancia promedio hasta la parada más cercana es de 659,13 metros, es decir, cinco canchas y media de fútbol entre la casa o el colegio y la parada. Olga Ramos, del Observatorio Educativo de Venezuela (OEV), señala: “Si aquí tuviéramos un sistema como en otros países, donde las escuelas están municipalizadas o se cumple la regla de Unesco, según la cual la escuela no puede estar a más de cuatro kilómetros de donde viven los estudiantes, en virtud de minimizar el uso de transporte y consumo de combustible, tal vez sería más sencillo el acceso a la alimentación escolar. En Venezuela los niños pequeños se montan en el metro para ir a la escuela porque no están municipalizadas. Si hay que movilizarse en transporte para ir a la escuela, ¿cómo se hace para que el poquito de comida llegue al que vive a 20 kms de la escuela? Imposible. Entonces no le llega sino a los que viven cerca de la escuela”.

Un estudio realizado por el Observatorio Educativo Venezolano evidencia que solo dos de 12 escuelas monitoreadas en el Distrito Capital declaran no presentar problemas en el servicio de agua. El resto reporta fallas diversas: algunas pasan de cuatro a seis días sin agua, mientras otras pueden estar de 26 a 28 días al mes. Las 12 reportan bajones o interrupciones por una o dos horas, entre 2 y 3 días a la semana. Cuatro reportaron tener servicio de internet. Solamente tres tienen servicio de telefonía fija y una reporta no tener fallas.

En el estado Miranda se indagó en nueve escuelas. Todas cuentan con servicio de agua potable, sin embargo, todos los planteles reportan tener fallas de 4 a 6 días por semana. De hecho, el agua llega una o dos veces a la semana. Solo una escuela tiene acceso a Internet y telefonía fija. El resto de las escuelas no tiene ninguno de los dos. Cinco reportan algunos desagües obstruidos, aunque tienen sistema de aguas servidas. Solo dos escuelas cuentan con servicio de gas.

El OEV reporta que, en el Zulia, de 13 escuelas monitoreadas solo seis cuentan con servicio de aguas blancas y solo cuatro reportaron no tener fallas. Ninguna de las escuelas tiene servicio de telefonía fija y solo una tiene servicio de internet, con fallas frecuentes. Cuatro no tienen electricidad producto de robo del cableado y transformadores, y dos reportaron tener servicio, pero solamente en ciertas áreas. De seis escuelas que reportan tener aguas servidas, cuatro dicen no tener fallas. De las cuatro escuelas que reportan tener gas, solo una tiene fallas en el servicio. Las ocho que dicen tener acceso al transporte público, advierten que es escaso, poco frecuente y está en malas condiciones.

En este panorama, con una estampida de personal docente emigrada hacia otros oficios y otros países, los maestros escasean. Para este año escolar la plantilla total alcanzó los 502.700 maestros, es decir, 166 mil profesores menos (-25%) que los 699 mil que trabajaban en las escuelas y liceos del país para el año 2018, se evidencia en el DEV.

Una gota de amor no alcanza

La deuda del Estado con la educación es vieja y acumulativa. Solo las míticas 1.500 ciudades escolares ofrecidas por el Ejecutivo el 17 de junio de 2015 en un acuerdo con China que nunca se construyeron dan cuenta de una gestión fallida, amarrada a un discurso irreal. Como desde 2016 no hay memorias y cuentas, es difícil saber si ese dinero en efecto llegó, qué pasó con ese acuerdo, y mucho menos con las 1.500 “ciudades escolares” que se construirían en un lapso de 10 años, de las que 30 se habrían de edificar en 2015. El Ejecutivo dijo que se había decidido construir las primeras 30 ciudades escolares y para eso se recibiría un financiamiento especial. “Las ciudades escolares van a recibir a los niños desde bebés, luego van a desarrollar su escuela primaria integral y su escuela secundaria. Además, la empresa ZTE Corporation y Huawei han aportado toda la estructura tecnológica”.

Las ciudades educativas de ese futuro que sigue sin llegar estarían ubicadas en cada parroquia de todos los estados de Venezuela. “Hemos logrado firmar el acuerdo técnico y financiero para dar ese paso que nos va a permitir medir procesos de construcción para comenzar a multiplicarla en los años que están por venir”. Las ciudades escolares bolivarianas, que tendrían gimnasios y teatros, nunca llegaron. En 2017, Elías Jaua, entonces ministro de Educación, informó dos años después la construcción de las ciudades educativas, una copia de escuelas chinas, pero en Venezuela el proyecto jamás se concretó. Entre 2019-2020 Aristóbulo Isturiz ni siquiera lo mencionó y de aquella promesa solo quedaron unas maquetas.

En octubre de 2021, después de los primeros 15 días de clases, ya varios planteles habían cerrado porque la Covid-19 llegó a la escuela. En varias escuelas de los estados Zulia, Lara, Sucre y Bolívar se registraron casos positivos de la COVID-19 que llenaron de miedo a la comunidad. Casos de estudiantes, profesores y familiares de alumnos infectados llevaron a los directores a tomar la decisión drástica de cerrar las escuelas e indujeron a los padres a no enviar a sus hijos a clases. De acuerdo a Crónica Uno, el mismo 25 de octubre, día del reintegro oficial, el ausentismo escolar osciló entre 70% y 90%. El miedo a la pandemia y las pésimas condiciones para el regreso a clases, basadas en cifras reales, son más fuertes que las ganas de estudiar.