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Fueron al hospital a curarse y murieron quemados desde adentro | vía: Armando Info

Isayen Herrera | Venezuela | 22 de octubre de 2023

Desde 2022, cinco niños con leucemia han fallecido y decenas han sufrido efectos adversos, incluyendo el contagio de meningitis, como consecuencia del tratamiento que se les suministró en el principal centro pediátrico de Venezuela. Las sospechas recaen sobre un medicamento importado de India que se sigue administrando. La situación causó la renuncia de varios médicos, pero las autoridades de salud escamotean los resultados de la evaluación del fármaco y hacen todo lo posible por ocultar la crisis. Mientras, otros niños con leucemia pueden correr el mismo riesgo.

Algo inusual está pasando en el Servicio de Hematología del estatal Hospital de Niños J.M. de los Ríos, el principal pediátrico de Venezuela, ubicado en la urbanización San Bernardino del centro norte de Caracas. En agosto de este año, 10 niños fueron diagnosticados con meningitis después de un procedimiento en quirófano para suministrarles, a través de una punción lumbar, el medicamento metotrexato, como parte de un protocolo médico para combatir la leucemia.

En una segunda oportunidad, el mismo medicamento se usó de forma intravenosa. Esta vez, seis niños desarrollaron dolores de cabeza, fiebre y vómitos a los 20 minutos de iniciado el tratamiento. Días después, uno de estos niños terminó con una infección por pseudomonasbacteria que suele causar infecciones intrahospitalarias y neumonía o meningitis.

Esta secuencia de pacientes que venían a curarse pero, en cambio, contrajeron nuevos males, cuya incidencia sobrepasaba por mucho cualquier estadística aceptable para cualquier centro hospitalario, puso las sospechas sobre un elemento en común en todos los casos: el metotrexato que se les estaba suministrando.

El metotrexato es un medicamento oncológico que se usa en el tratamiento del cáncer para retardar el crecimiento de las células cancerosas. Los médicos de este hospital pediátrico lo prescriben como parte del protocolo médico para tratar pacientes de leucemia.

Ya desde julio de 2022 se registraron casos de toxicidad severa después de que se les administrara a los pacientes altas dosis de metotrexato, como dicta el protocolo. Cinco de ellos fallecieron. Murieron quemados y llenos de llagas, como si a sus pequeños cuerpos los hubiesen bañado con agua hirviendo.

La particularidad de este episodio, resguardado con celo por el Ministerio para la Salud y el Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (IVSS), ambos entes presididos por Magaly Gutiérrez, exnuera de la primera dama, Cilia Flores, es que el metotrexato fue importado desde India por el propio Seguro Social. El fabricante es el laboratorio Naxpar Pharma Pvt. Ltd. El rotulado del frasco y de la caja en donde lo entregan, se hizo en Venezuela para estampar el sello “¡Socialismo es salud!”, según dicta la propaganda del gobierno. Pero el debido registro sanitario no aparece en ninguna de las caras del empaque.

Estos hechos fuera de lo común se dan en un contexto económico y normativo que favorece la importación expedita de fármacos que alguna vez faltaron en los anaqueles. En 2019, en el apogeo de la crisis de desabastecimiento, el gobierno promulgó la resolución 075 del Ministerio para la Salud, para relajar las exigencias establecidas para la importación de medicinas. 

Aún así, algunos de los incidentes graves con medicamentos usados en el Servicio de Hematología del J. M. De los Ríos precedieron al ablandamiento de las reglas de juego. 

En 2015, por ejemplo, los niños con leucemia no estaban respondiendo a la quimioterapia, debido a fármacos defectuosos. El Instituto Nacional de Higiene y el Ministerio para la Salud también guardaron silencio entonces. 

Meses después, en este mismo servicio, los pacientes fueron llevados al quirófano para un procedimiento que requiere anestesia. Después del procedimiento, todos los niños pasaron 48 horas dormidos. Respiraban, pero no se despertaban. Aunque ninguno murió, los médicos hicieron el reporte sobre el efecto anormal de la anestesia. El hospital mantuvo su mutismo ante el incidente.

Desde hace 10 años los padres de los pacientes del Hospital de Niños J.M. de los Ríos han protestado por falta de insumos, contaminación de las áreas y paralización de trasplantes. Créditos: Federico Parra/AFP

Algo está mal y no sabemos qué 

El 1 de agosto de este año parecía un día como cualquier otro en el servicio de Hematología del J.M. de los Ríos. Doce pacientes debían recibir metotrexato a través de una punción lumbar que se lleva a cabo en quirófano. Dos de ellos no pudieron ingresar porque se constató que sus valores en sangre no eran óptimos para el procedimiento. A los demás,  los acostaron en camillas al terminar el tratamiento para su hidratación y monitorear sus signos vitales después de que los medicamentos hicieran efecto.

Un niño de dos años empezó a agarrarse la cabeza y a quejarse. Solo gritaba: “Mamá, mamá”, haciendo presión con sus manos sobre el cuero cabelludo. Por su edad, aún no podía expresar con palabras lo que sentía su cuerpo. A los 10 minutos de estar llorando, vomitó. Empezó a subirle la fiebre. Su madre vio cómo los síntomas se propagaron en cadena entre los demás niños en la sala. Todos tenían fuertes dolores de cabeza y vomitaban. Se quejaban. La fiebre les subía y presentaban temblores. Era una escena atípica, amén de pavorosa. “Esto no puede ser ni normal ni casual”, dijo a su esposo, que la acompañaba.

Los médicos inyectaron a los niños con medicamentos para bajar la fiebre. Siete de ellos fueron llevados de nuevo al quirófano para tomar muestras del líquido cefalorraquídeo, a fin de determinar qué tenían. El color del líquido extraído a los niños evaluados se veía blancuzco en vez de transparente, como debería. Algo estaba mal.

La citoquímica de las muestras, que se procesaron en un laboratorio privado, ofreció un resultado compatible con meningitis, aunque el cultivo fue negativo, probablemente por la premura con la que se tomaron esas muestras. Al mismo tiempo, uno de los frascos del metotrexato indio, que había permanecido cerrado y sin usar, también se analizó y dio positivo para las bacterias klebsiella y pseudomona.

A partir de entonces, los médicos siguieron lo que dicta el protocolo: empezaron el tratamiento de los pacientes con antibióticos, notificaron a la dirección del hospital y enviaron las muestras al Instituto Nacional de Higiene Rafael Rangel, un ente adscrito al Ministerio para la Salud que tiene como misión la vigilancia y control de los medicamentos de consumo humano en Venezuela. 

Una niña del grupo sometido a la punción lumbar original falleció, porque no pudieron tomarle la vía para que recibiera el antibiótico. Ya sus venas estaban muy comprometidas. 

Pero en ningún caso los médicos fueron informados del resultado de las muestras enviadas al Instituto Nacional de Higiene Rafael Rangel. A pesar de las sospechas fundadas con que cuentan, ni ellos ni los padres pudieron saber a ciencia cierta cómo estos niños contrajeron la meningitis. El trágico episodio se hundió en un agujero negro de opacidad burocrática y de omisiones que aún, dos meses después, siguen sin aclararse. 

El brote de la meningitis se suma a otras irregularidades asociadas al metotrexato importado por el IVSS.

El Instituto Nacional de Higiene Rafael Rangel debe confirmar que la concentración de este medicamento se corresponde con lo que dice la etiqueta. Pero he aquí que la etiqueta no dice nada sobre el control sanitario. Las áreas de los empaques y etiquetas producidos por el mismo gobierno las ocupa la propaganda oficial.

El Instituto Nacional de Higiene Rafael Rangel es el ente adscrito al Ministerio para la Salud que tiene el deber de mantener una continua vigilancia de los medicamentos que se importan al país. Crédito: OPS; foto tomada del Facebook del Instituto Nacional de Higiene Rafael Rangel.

Otro inconveniente: el protocolo indica que cuando este fármaco forma parte del tratamiento, a cada paciente se le deben medir los niveles de la concentración del medicamento en la sangre. Ese estudio, que debe ser rutinario en estos pacientes, no se hace en el país desde hace 10 años, ni en laboratorios privados ni públicos.

Los médicos toman medidas extremas de hiperhidratación cuando un niño recibe estas dosis y, entre ellas, les administran pastillas de leucovorina, una píldora que reduce la toxicidad del metotrexato. Pero, en ocasiones, los padres de estos niños con leucemia han recibido de la Farmacia de Alto Costo, que pertenece al Seguro Social, la leucovorina ya vencida.

Arder por dentro

Desde julio de 2022, al menos, el metotrexato está causando estragos entre niños con leucemia del J.M. de Los Ríos.

Tamara Molina, de 31 años de edad, y Dayana Turipe, de 38 años, se hicieron muy amigas en el hospital. La hija de 12 años de Molina, y el hijo de 10 años de Turipe, tenían leucemia y a la postre fallecieron.

En el último e inquietante recuerdo que Molina conserva del hijo de Turipe, este aparece tendido en una camilla de la emergencia, lleno de llagas. 

El niño vivía en Barlovento, una población costera del estado Miranda, a una hora y media al este de Caracas, y era el tercero de cuatro hermanos. El 19 de septiembre de 2022, luego de sufrir fiebres muy altas por días, recibió el diagnóstico: padecía leucemia linfoblástica aguda.

Su diagnóstico no necesariamente equivalía a una sentencia de muerte. El porcentaje de supervivencia de niños, al menos cinco años después del diagnóstico de leucemia, es de 90% en países industrializados. En países subdesarrollados, la proporción baja a 70%, por el escaso acceso a diagnóstico oportuno y la precariedad de los hospitales. Aun así, la expectativa de remisión sigue siendo alta.

El hijo de Turipe empezó la quimioterapia de manera sistemática. Luego recibió la punción lumbar con metotrexato y, por fin, llegó la fecha para empezar el fármaco por la vena. Pero ese día, mientras la medicina entraba a su cuerpo, el niño le dijo a su mamá que sentía que el líquido lo quemaba. Los médicos reaccionaron y detuvieron el procedimiento por un momento; tan pronto el pequeño paciente logró calmarse, reanudaron el suministro de la dosis recomendada.

Madre e hijo fueron enviados a su casa. Pero casi enseguida el paciente volvió al hospital para recibir hidratación intravenosa como lo exigen los médicos. Estuvo vomitando sangre durante esas 48 horas siguientes y tuvo que quedarse hospitalizado. Le empezaron a salir llagas en la boca. Sus padres decidieron volver a Caracas. Los médicos pensaron que Dayana Turipe había olvidado darle la pastilla de leucovorina a su hijo y se lo reprocharon. Pero ella nunca dejó de darle esta medicina que, por cierto, resultó estar vencida. “¿Tú crees que yo voy a hacer algo que perjudique a mi hijo?”, dice.

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